Las lesiones en los tendones suelen aparecer de forma progresiva, casi sin darnos cuenta. Un día sientes una pequeña molestia en el codo al sujetar una bolsa de la compra o una ligera rigidez en el talón al dar los primeros pasos por la mañana. No es algo incapacitante, pero tampoco desaparece del todo. Con el tiempo, esas molestias van en aumento, hasta que cualquier movimiento se convierte en un recordatorio constante de que algo no está funcionando bien.
Este tipo de lesión, conocida como tendinopatía, afecta a miles de personas cada año. Aunque es muy común en deportistas, también puede aparecer en personas que realizan actividades repetitivas en el trabajo o incluso en quienes llevan un estilo de vida más sedentario.
Pero, ¿qué hace que unas personas sean más propensas que otras a desarrollar una tendinopatía? La respuesta no es tan simple como pensar que se debe solo a un sobreuso. Existen múltiples factores que pueden influir en la salud de los tendones y, lo mejor de todo, muchos de ellos se pueden modificar para reducir el riesgo.
¿Por qué aparecen las tendinopatías?
No hay una única causa que explique por qué un tendón comienza a fallar. Es el resultado de una combinación de factores que, poco a poco, van alterando su estructura y debilitándolo.
Uno de los principales desencadenantes es el uso excesivo o la sobrecarga repetitiva. Es fácil pensar en los deportistas de élite, que someten sus cuerpos a entrenamientos intensos y repetitivos. Sin embargo, esta no es la única población afectada. Un trabajador que pasa horas escribiendo en el ordenador, un camarero que levanta bandejas constantemente o una persona que decide retomar la actividad física después de años sin entrenar también pueden desarrollar una tendinopatía si el tendón no tiene el tiempo suficiente para adaptarse a la carga.
Pero la sobrecarga no es el único factor en juego. También hay elementos intrínsecos, es decir, propios de cada persona, que pueden aumentar el riesgo. La edad, por ejemplo, juega un papel clave. Con el tiempo, los tendones pierden parte de su capacidad regenerativa y su estructura se vuelve más frágil. Por eso, las tendinopatías son más comunes a partir de los 40 o 50 años.
Otro factor importante es el estado metabólico. Enfermedades como la diabetes, la obesidad o el colesterol elevado pueden afectar la calidad del colágeno del tendón y su capacidad para repararse. Incluso la genética influye: hay estudios que han identificado variantes en ciertos genes, como el COL5A1, que pueden hacer que algunas personas sean más propensas a sufrir este tipo de lesiones.
El papel del estilo de vida y el movimiento
Aunque la genética o la edad no se pueden modificar, hay muchos factores que sí dependen de nuestros hábitos diarios. El sedentarismo, por ejemplo, es uno de los grandes enemigos de la salud tendinosa. Un tendón necesita estímulos mecánicos para mantenerse fuerte y funcional. Si pasamos demasiado tiempo sin actividad física, los tejidos se debilitan y su capacidad de adaptación disminuye.
Por otro lado, hacer ejercicio sin una progresión adecuada también puede ser un problema. Muchas personas se lesionan no porque hagan demasiada actividad, sino porque no permiten que sus tendones se adapten gradualmente. Volver al running después de años sin correr o aumentar de golpe el peso en el gimnasio puede ser una receta segura para la lesión.
La técnica y la postura también juegan un papel clave. Un corredor que pisa mal, un tenista que golpea la pelota con una mala mecánica o alguien que levanta peso con una mala alineación puede generar tensiones innecesarias en los tendones, haciendo que se deterioren con el tiempo.
Además, hay que considerar otros elementos externos. El calzado inadecuado, una mala ergonomía en el trabajo o incluso ciertos medicamentos, como las fluoroquinolonas, pueden aumentar la vulnerabilidad del tendón.
¿Se puede prevenir la tendinopatía?
Aunque no siempre es posible evitar una lesión tendinosa al 100%, hay muchas estrategias que pueden ayudar a reducir el riesgo y mantener los tendones en buen estado.
El primer paso es asegurarse de que el cuerpo recibe la cantidad adecuada de carga y descanso. Los tendones necesitan estímulos para fortalecerse, pero también necesitan tiempo para recuperarse. Aumentar la actividad física de forma progresiva es clave, permitiendo que los tejidos se adapten sin sobrecargarse.
La fuerza muscular también es un factor fundamental. No basta con moverse, hay que hacerlo con una buena base muscular. Tener músculos fuertes y equilibrados ayuda a distribuir mejor las fuerzas y evita que los tendones tengan que soportar cargas excesivas.
En el día a día, prestar atención a la postura y la técnica puede marcar la diferencia. Si trabajas muchas horas frente al ordenador, asegúrate de que tu escritorio y silla están bien ajustados para evitar posiciones forzadas. Si practicas deporte, un análisis de tu técnica o una revisión por un profesional puede ayudarte a corregir movimientos que puedan estar generando sobrecarga.
Por último, no hay que olvidar el papel de la alimentación y el metabolismo. Mantener un peso saludable, controlar enfermedades como la diabetes y asegurar una buena ingesta de proteínas y micronutrientes puede favorecer la regeneración del colágeno y mejorar la resistencia del tendón.
La tendinopatía no es una lesión exclusiva de los deportistas ni algo que ocurra solo por un exceso de actividad. Hay muchos factores que pueden influir en su desarrollo, desde la edad y la genética hasta los hábitos diarios y la calidad del movimiento.
La buena noticia es que muchos de estos factores pueden modificarse. Adoptar una rutina de ejercicio progresiva, fortalecer la musculatura, mejorar la técnica y prestar atención a la postura son pasos clave para reducir el riesgo de lesión.
Si ya has experimentado molestias en algún tendón, lo mejor es actuar cuanto antes. Un fisioterapeuta puede ayudarte a identificar qué factores pueden estar afectando tu caso y guiarte en un plan de prevención y tratamiento adaptado a ti. Porque, al final, cuidar de nuestros tendones es cuidar de nuestro movimiento.